Piel de tarántula

Hace mucho un tiempo vi un video de una tarántula cambiando de piel. No recuerdo si el video lo decía explícitamente, pero para mí se veía como un proceso doloroso. La tarántula se contorsionaba, se quebraba de a poquito y, lentamente, empezaba a desprenderse de un cascarón. Al terminar, el cascarón vacío a su lado se veía como otra araña, casi idéntica en tamaño a la anterior.

La única diferencia era la forma en la que la luz atravesaba en cascarón vacío, delatándolo.

Este año me sentí muy identificada con ese proceso. Con la forma en la que una tarántula cambia de piel. Creo que representa lo doloroso del cambio y, al mismo tiempo, lo raro que es mirar hacia atrás cuando el proceso está terminado. Lo raro que es ver ese cascarón vacío y conocido en el que solíamos vivir.

Comentario de Cam: No me voy a poner a buscar el video de la tarántula, pero estoy segura de que, si lo hacen, aparecerá por «tarántula mudando piel» o algo así.

La metáfora de la tarántula me acompañó todo el año en los cambios locos, divertidos, asustadores y acelerados. 365 días después, tengo el cascarón vacío a mi lado y la luz que lo atraviesa me deja verlo con claridad.

No sé absolutamente nada de arañas, pero supongo que lo primero que llega es el sonido. Las tarántulas empiezan a cambiar de piel después de un crujido, de una ruptura que suena más o menos como el empaque de un paquete de Doritos siendo aplastado. Este crujido es el principio del fin. En la vida humana – al menos en la de este humano – el quiebre inicial llegó en forma de graduación.

Llegó en forma de perder la costumbre de salir todas las mañanas a la universidad, ir a clases y tomar el bus de regreso. Su sonido se extendió como un eco, recordándome que tenía que empezar a pensar en un plan, diciéndome que buscara trabajo, que buscara algo que hacer con mi tiempo, que cómo así que no quiero diseñar productos, qué por qué estudié eso, que qué iba a hacer con mi vida, ¡decía de todo!

Y a este primer paso lo sigue de cerca el movimiento. Después de quebrar un poquito la piel que va a mudar, la tarántula – o algo así entendí en el video – se empieza a mover. Se retuerce y contorsiona, buscando una forma de salir de esa piel en la que ya no encaja. Como las arañas, creo que empezamos a movernos para salir de lugares que se están quedando pequeños.

Empecé el año vinculada a varias iniciativas y proyectos de los que poco a poco me fui desprendiendo. Escribí para otros blogs, tuve algunos trabajos temporales que resultaron agobiantes y trabajé por personas y causas que no eran las mías, pero me moví. Salí de esos lugares pequeños y estáticos, me aventuré a lo desconocido – hola, Cappsula – y encontré cosas que me hacían más feliz.

Fue muy inesperado, pero encontré felicidad en hablar a los demás y enseñar algo de lo mucho que había aprendido, al menos en lo que a moda sostenible se refiere. Hablé con miedo, pero sin parar. Aprendí a enviar mensajes de WhatsApp en un tono de negocios, a proponer y a buscar, más que a esperar ser encontrada. Encontré mi lugar feliz en una industria tan amenazante como la moda. Lo encontré en los libros, en la teoría de moda y la historia, en los por qués.

Este movimiento también fue algo literal: Viajé sola a Cali, una ciudad desconocida para mí, en la que encontré personas coloridas. Viajé a Medellín para Colombiamoda, un sueño loco de muchas niñas pequeñas obsesionadas con la industria, a dar un taller, ¡UN TALLER! Yo. Un taller. Yo hablando en un taller. Regresé unos días después a la ciudad y la recorrí tanto como pude. Quedé encantada con sus calles, los edificios bonitos, restaurantes con patios al aire libre y los raspados con gomitas.

Después conocí estas islas en medio del continente. Por alguna razón que ni yo entiendo, quise hacerlo durante mucho mucho tiempo y me alegra un montón haber llegado hasta allá.

Después la contorsión, de sacudirse y dejar entrar algo de aire, la araña empieza a salir. La tarántula sale con cuidado, como si no quisiera en un descuido fracturar el cascarón que pronto estará vacío. Esta es la parte en la que la araña y yo – y tú también, lector – avanzamos cuidadosamente, vigilando cada paso. Controlando cada respiración.

Esta es la parte en la que decido salir, lento pero seguro, de lugares en los que no soy bienvenida – ni quiero serlo. No quiero llamar este descubrimiento de una forma que me haga sonar como un ser completamente asocial, pero no necesito tanto contacto como el exterior. Sorprendentemente, hasta ahora no lo había entendido.

Tal vez esta parte de transformación arácnida sea diferente para otras personas, porque supongo que cada uno tiene un lugar en su interior del que quiere salir. En mi caso, ese lugar es la Cam que pensaba que tenía que ir a este lugar o a este otro para existir en sociedad – esto lo digo bien inspirada en Jane Austen –. Salí de la Cam que pensaba que tenía que aparecer en eventos de moda, ser nombrada en revistas y reportajes de sostenibilidad o aparecer en fotos de cumpleaños.

Cuando estaba en el colegio, sentía cierta aversión a ser vista, a los lugares llenos de personas y al hecho de saludar a todo el mundo al llegar a un lugar (me sigue poniendo nerviosa), y por mucho tiempo pensé que era una aversión nacida de los celos.

Pero no. Me gusta vivir rodeada de libros, sentada frente a un teclado listo para ser tecleado y comiendo snacks poco saludables mientras escucho música en japonés. Es algo con lo que al fin no me voy a discutir a mí misma.

Comentario de Cam: Aquí en palabras menos confusas, quiero decir que el lugar del que salí fue mi versión pasada que sentía que tenía que estar en todas partes para ser feliz, y pues no.

Ahora la pobre araña, tras tanto sufrimiento, ¡es libre! ¡Es libre de esa piel del pasado! Sin embargo, la ha dejado intacta y puede observarla una vez más, esta vez desde el exterior.

En ese cascarón pálido y traslúcido, veo el pasado, pero también lo que hace no mucho fue presente. Veo a una persona torpe pero decidida, curiosa y miedosa, tímida y valiente, que de alguna forma resistió a un año de caos. Veo a una cosa que más que mantenerse con vida, logró mantenerse viva, que no es la misma cosa.

Creo que al final, tanto como para esta araña existencial como para mí, lo importante es conservar la energía.

Se vienen 366 días en los que habrá que mudar de piel otra vez.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.