2017: Bueno, difícil y diferente

Balance final del año contado en gifs de gatitos

He pensado en esta historia por algunos días como una de las más honestas, con lo que no quiero decir que las demás no lo hayan sido. La diferencia es que este balance final del año es parte de mis tradiciones o rituales personales desde hace… ¿6 años? Y esta es la primera vez que pienso en compartir el resultado.

Entre las cosas que aprendí este año, está la escala de evaluación manejada al interior de la empresa en la que estoy haciendo prácticas académicas (y afortunadamente terminando en dos semanas, extraño dormir): Bueno, difícil y diferente. Me encantó la idea y la intención implícita. No hay cosas realmente malas, solo difíciles, dando a entender que pueden ser arregladas o mejoradas si es necesario.

Mañana en la noche…

¿Lo bueno? Viajar, conocer y pensar en grande

Siempre pensé que viajar era algo complicado, que era necesario planear hasta el más mínimo detalle y que los precios eran altos, y no podía estar más equivocada.
También había dejado de lado la idea de viajar por el país no porque tenga algo en contra, sino por la tendencia de mi familia a viajar al exterior y la falta de conocimiento, y qué falta me hacía.

Pies de Cam en Playa Blanca (Tota)

Aunque en una de las aventuras del año tuve un no muy divertido viaje a urgencias (soy alérgica a todo, Felipe puede contar mejor la historia), volví al mar y recordé lo mucho que me gusta, así salga corriendo en pánico si un pez o un alga se acerca a mis pies.
Desde acampadas guerreras y no tan guerreras, hasta visitas a lugares fríos y alejados, pasando por mis lugares favoritos de pizza en todo el universo, fue un año increíble en ese sentido.

De mi colección: Pizza de El Solar de la Guaca en Villa de Leyva, ¡de verdad tienen que probarla!

Además de viajar, conocí el mundo real: Las empresas y las vidas de las personas que habitan ese entorno (que no tengo pensado habitar). Hacer prácticas académicas me abrió los ojos, me mostró que las empresas grandes son como elefantes lentos y pesados, resistentes, pero nada dinámicos. ¿La conclusión? No es un mundo al que quiera pertenecer, pero ahora puedo confirmarlo.
Historia (salidísima del tema) de Cam #1: Hablando de confirmar cosas, cuando era pequeña decía que no me gustaban las empanadas y nunca había probado una, pero no, no me gustaban, pero en mi fiesta de cumpleaños #12 fui a jugar bolos con algunos amigos y mi familia y era el único snack disponible. Las probé de mal humor, les puse un montón de limón y me encantaron (aunque fingí que no habían estado tan bien).
La falta de sentido de pertenencia al mundo corporativo, a la idea de graduarme (algo que da miedo y pasará pronto) y encontrar un empleo en alguna empresa, dejó algunas ideas en mi cabeza de las que no puedo deshacerme: Trabajar para mí, no para alguien más.

NUNCA JAMÁS.

Es una de mis ideas a no tan largo plazo y una de las mal llamadas resoluciones de fin de año (cosas así deberían ser generadas continuamente).

Lo difícil: La distancia, la soledad y la confusión

En junio habría dicho que lo más difícil para mí fue el nivel de estrés al que llegué a fin de semestre, hubo algunas consecuencias médicas más o menos verificables, de las que podría escribir algún día.
Hoy digo que la mayor dificultad fue la distancia, que derivó en soledad y confusión. Además de estar alejada la mayor parte del tiempo de los lugares que he considerado mi casa los últimos cuatro años (shout out al campus universitario más lindo de todos y algunos de los mejores spots de comida que he conocido), estuve alejada de mis personas favoritas.

Persona favorita desde 2015 (2.8) y contando.

Es raro pasar de un semestre de amigos, espacios abiertos y muchos planes salidos de la nada a uno en un lugar más limpio, distante y frío, lleno de adultos desconocidos que se preguntan por qué no hablo con ellos tanto como “debería”, como si yo hubiera llegado al mundo con el chip socializar e interesarme falsamente en temas de conversación.
Aunque suene como si fuera una persona extraña y solitaria, no lo soy… exactamente. Pienso que soy más selectiva, pero sin malas intensiones. Solo no le hallo la lógica a intentar conectar con personas con las que no tengo nada en común.
La distancia de las oficinas en las que trabajo (son más o menos a una hora de la ciudad), las personas que vi todos los días los últimos meses y saber que la vida en mis lugares no se detiene por el hecho de que yo ya no esté presente, me dejaron con los nervios de punta.
¿La ventaja? Con el tiempo libre para pensar y… básicamente existir, ¡empecé a escribir! Esta es la historia #15 y con ella cierro el año.

También empecé a hacer este tipo de cosas, no sé cómo llamarlas aún. Este es uno de mis favoritos, su nombre es Gideon.

¿Lo diferente? Cam.

Sí, referirme a mí misma en tercera persona no es exactamente normal pero en ese orden salen las ideas, SORRY NOT SORRY.

Me siento como si me hubieran metido a una licuadora con un montón de cosas que no tenían sentido y algo más o menos decente hubiera salido del experimento (yo en una parte, que es lo más importante)

No me convertí en alguien más, soy una persona completamente mejorada o tengo un nuevo sentido de vida o misión divina en el universo, pero algunas cosas cambiaron.

Así: Con serpentinas y todo.

Tengo menos miedos que tachar de mi eterna lista: A cruzar carreteras sin semáforos, hablar con desconocidos para solucionar problemas bancarios, estar en la playa en la noche sin adultos responsables, acampar en un lugar sin baños cercanos (otra historia muy traumática para el futuro) y a vivir, en resumen.
Con todos los cambios, sigo siendo la misma cosa por dentro, pero amplificada: Miedosa, overthinker, distraída, tímida, un problema de manejo de dinero, fan de los churros y los sneakers como tipo de zapato más válido para la vida.


Pd. Lo siento, chicas de oficina. No me convencieron de empezar a comprar maquillaje, usar tacones o botas altas. Punto para Cam.
Pd 2. Sí, ya sé que esperaban aún más gifs de gatitos, lo siento.

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