Y gracias a la timidez

Dicen psicólogos, coachs y personas relacionadas con el mundo espiritual que todos nuestros traumas vienen de la infancia. En mi caso, esa época es el origen de la timidez.

Esta es una timidez con rasgos especiales. Tiene tintes de desinterés, lo que podríamos llamar pereza de socializar y un leve toque de resignación. No hace mi vida imposible ni nada similar, como supongo que es para otras personas. Pero sí influye mucho en la forma en la que otras personas me ven.

Me convierte en alguien despistada, insegura al momento de saludar y con profundas dudas sobre cómo pedir correctamente un favor. Me hace preferir tomar el camino más largo para llegar a un lugar, si así evito encontrarme con alguien más. La timidez es también torpeza y una excusa fabulosa de la que no pienso deshacerme a corto plazo.

Cuando no quiero que me miren:

El origen

Cuando era pequeña y aún no había entrado al colegio, era diferente. Después de sufrir algunos ataques por parte de otros niños en el jardín infantil – mordidas, rasguños – empecé a responder. Empecé a pelear de vuelta y me convertí en una niña agresiva. Segura y confiada. Descomplicada. Mi primer día en el colegio en el que estuve 11 años cambió todo.

Eran las siete de la mañana y las clases estaban por empezar. Entré a un salón – no sé por qué – y empecé a hablar con los demás niños. Fue un día largo de esfuerzos dirigidos únicamente a hacerme un lugar en ese colegio enorme y raro. Las cosas iban más o menos bien hasta que, casi al final del día, una profesora se presentó en la puerta, dijo mi nombre y me hizo salir tras ella.

Me había equivocado de salón y hasta ahora lo notaban. Cuando tienes seis años se siente como el fin del mundo.

Es terrible, es terrible 🙁

Así fue como a dos de la tarde entré al salón – al que sí era – me estrellé contra una pared. Como el muro de sonido de Hans Zimmer en Interstellar. Cuarenta pares de ojitos curiosos no me quitaban la vista de encima y una profesora indignada me miraba sin saber bien qué hacer. En ese salón caliente, oscuro y pegajoso sentí una infinita resignación – un sentimiento complicado a los seis – y utilicé una estrategia diferente. Ser invisible. Imperceptible, para evitar esos ojos.

Puedo recordar tan claramente el momento en el que entré al salón como el primer apartamento en el que viví, con sus horribles paredes verde sopa.

Empezar a pasar más tiempo sola, niñas que se escondían de mí en los recreos y la pereza pura de no querer esforzarme por hacer amigos una vez más me convirtieron en una niña tímida. Real e indudablemente tímida.

¡Pero la vida sigue!

Tengo incontables historias sobre crecer siendo tímida – podría aburrirlos por horas – pero lo que importa es el presente: Lo sigo siendo y tiene algunas mágicas ventajas.

Un mundo en el mundo

Pasas más tiempo pensando y tienes una forma propia de ver las cosas

En el colegio y los primeros días en la universidad, pasé mucho tiempo sola.

Salía de clases, iba a almorzar y al terminar caminaba. A veces dibujaba, algunos días escuchaba música mientras dejaba que mi mente llegara a lugares extraños. En algún punto – sin notarlo – empecé a formar mundos imaginarios en mi cabeza y hacerme preguntas complicadas.

¿Cómo sería ser un chico? ¿Qué va a pasar si se acaba el agua en el planeta? ¿Cómo sería mi acento si hablara en francés? ¿Qué pasaría si sufriéramos una invasión extraterrestre?

¿Y si la magia existiera…?

Concluí que sería de las primeras personas en morir – o enloquecer – en un apocalipsis zombie. Entendí que si algún día tenía un gato sería negro y que probablemente sería uno de esos chicos con cara de princesa. Viví incontables realidades. Fui una princesa, amazona y chef.

Cuando pasas una cantidad de tiempo considerable con las vocecitas que viven en tu cabeza, llegas a lugares raros y construyes una realidad personal. La timidez es la mejor amiga de la introspección, sin necesidad de retiros espirituales, clases de meditación o votos de silencio. De las personas tímidas que conozco – entre tímidos nos llevamos bien – la mayoría, por no decir todos, tienen formas muy claras de ver el mundo.

Y esto me lleva a hablar sobre el club secreto.

El club secreto

La conexión y el misterio

Llegar a un lugar desconocido me cuesta mucho. Normalmente no me esfuerzo por hablar con las personas y me quedo tan cerca como puedo del humano con el que llegué. Lo persigo – lo siento si he hecho eso contigo, lector – y me escondo tras él, evitando las miradas. Soy como un fantasma amigable. Sonrío, digo «hola» y activo una capa de invisibilidad.

El Club Secreto funciona así, sin palabras

Cuando me encuentro con otro fantasma esa capa se desactiva. Creo que existe un club secreto de personas tímidas. No sabes que estás en él hasta que paras por un momento y recuerdas esas personas con las que mágicamente te llevaste bien, al primer intento.

¿Qué tienen en común? ¿Por qué se siente tan fácil, tan natural, hablar con ellas?

Sí, son personas tímidas, introvertidas. Son personas como yo. No usan palabras cuando no es necesario. No llenan cada espacio abierto e insonoro con palabras, palabras y más palabras. No dicen algo a menos que en verdad quieran hacerlo y las entiendo. Sé que me entienden. Es una conexión rara y misteriosa.

Es una conexión que los extrovertidos nunca conocerán.

Comentario de Cam: Muchas veces en el club secreto hablamos desde lejos de lo ruidosos que son los demás: «Sí, él es así…», excusamos a nuestro acompañante.

La honestidad

Pensamientos calmados y palabras certeras

Junto con el desagrado que me causa desperdiciar palabras – decir de más – viene la tercera ventaja. La mayoría de los comentarios de las personas tímidas en las conversaciones grandes son precisos. En vez de hablar sin para, absorbemos toda la información posible y empezamos a procesarla. Todo sucede con calma.

¿De qué hablan? ¿La pizza de base blanca sigue siendo pizza? ¿Cómo funcionan las burbujitas de las bebidas con gas? ¿Cómo así que no conocen a Two Door Cinema Club?

Más o menos así…

Las respuestas a las preguntas – antes de llegar al mundo real – se desarrollan lentamente. Escuchando al exterior, pero sin intervenir. Es el superpoder de pensar antes de hablar.

Además de entretenerme, me ha salvado de un montón de situaciones incómodas. Vivir ensimismada, tomar pedacitos de conversación y terminar en otro lugar filtra las ideas fuera de lugar. Funciona como un controlador de vuelo que decide qué sale y qué no.

Comentario de Cam: Si tan solo por un momento, por un instante, las personas pensaran antes de hablar… SI TAN SOLO FUERA ASÍ.

Aunque no todo es positivo – necesito dos minutos de preparación para entrar a una droguería – no lo cambiaría.

Dudo sobre saludar a alguien porque me preocupa que no me recuerde. No sé cómo presentarme si no lo hacen por mí. Miro incómodamente a todas partes cuando alguien me mira a los ojos, se acerca demasiado o no sé qué decir. Pero lo sé.

Lo tengo interiorizado – la utilidad de la introspección – y las personas que me rodean, las más importantes, en el fondo de su corazón lo saben.

La última ventaja: Cuando no puedes llamar amigos a 180 personas, sabes que esas 10 a las que bautizaste como mejores amigos lo son de verdad.
¡Hasta la próxima!

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